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-!Como agrada a Dios-contestaba Fr. Fran– cisco. -Y como me agrada a mí-añadía sonriendo el banquero-. ¿ Y sus pobres? ... ----Aumentando... -;Sí; son muchos... Es de lamentar... -Y los dos amigos seguían hablando durante largo rato de la miseria que reinaba entre los tra– bajadores del puerto. Cuando el marqués estaba más enternecido con aquellos relatos, Fr. Fran– cisco le dirigía una mirada suplicante al mismo tiempo que repetía: "Pobrecitos... , pobrecitos... El hambre... ". El dardo había sido bien disparado. El marqués metía la mano en el bolsillo y ponía en las ma– nos de Fr. Francisco una cuantiosa limosna, mien– tras añadía en voz baja: ---.Esto para sus pobres. Otra familia amiga eran los ma11queses de Pa– llavicino. La señora era un tanto excéntrica, pe– ro tratándose de Fr. Francisco, siempre estaba dispuesta a favorecerle con cuantiosas limosnas. El santo limosnero procuraba no abusar de aque– lla generosidad, por lo cual dejaba pasar cierto tiempo sin ir a visitarla. -lQué le habrá sucedido a ese santo hombre– preguntaba la maJ:1quesa-para no venir por mi casa hace más de quince días? La ,causa era la poca salud de Fray Fr,ancisco. Daba pena verle caminar por las calles de Gé– nova, encorvado por el peso de la enfermedad y de las penitencias, más que por el peso de los 43

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