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Cierto amigo suyo, de oficio fotógrafo, le pi– dió repetidas veces poder tener el recuerdo de un retrato. Fr. Francisco siempre encontraba dis– culpa para desentenderse d·e aquella pet.ición. -Tengo mucha prisa hoy... , otro día... , ya ve– remos... No estoy acostumbrado a esas cosas... El fotógrafo seguía en su empeño, temeroso de que .cualquier día la muerte pudiera arrebatar arquella preciosa vida. A las instancias del fotó– grafo sucedían las disculpas del humilde religio– so. Un buen día se le ocurrió acudir al P. Su– perior para que le mandase por obediencia ac– ceder a sus deseos. La estratagema del fotógrafo tuvo el efecto deseado. Fr. Francisco obedeció al Superior y se presentó en casa del fotógra.fo. :-Te saliste con la tuya ¿eh?-dijo a su ami– go sonriendo-; aiquí me tienes para hacer lo que me mandes. El sencillo religioso se prestó a esa serie de pos– turas que todo fotógrafo exige a sus clientes. Cuando la placa estuvo impresionada, Fr. Fran– cisco dijo •en tono suplicante a su amigo: -Que sean pocas las copias... -18:eis nada más. -Está bien. se las regalaré a mis amigos para que recen por mí. Fr. Francisco recibió las seis copias que distri– buyó entre sus más íntimos amigos, pero no se le ocurrió pensar que el fotógrafo se había que– dado con la negativa. Gracias a esta piadosa estratagema, se conser– va la imagen real del humilde limosnero de los Capuchinos. 41

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