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indecible para dejar el mundo y encerrarse en un convento, tuvo que pasar la mayor parte de su vida fuera del convento para vivir en medio del mundo. Pero ,Dios que le había elegido ¡para llevar el mensaje de 1a humildad, de la pobreza y de la caridad a los hombres, dispuso que su vida interior no sufriera el menor menoscabo, antes al contrario, aumentase considerablemente. El P. Luis Stella nos ha dejado escrita esta con– movedora escena. ~cierto día, si:n que Fr. Francisco se diese cuenta, le observé desde una ventana que daba a la iglesia. Con las manos cruzadas ante el pe– cho, le vi avanzar hasta el altar mayor. Allí pos– trado de rodillas, le vi besar e,l suelo una y otra ve:z, incorporarse lentamente, juntar las manos, fijar la mirada en el Sagrario y mover pausada– mente los labios. Parecía ,estar en éxtasis. En su caminar por las canes de Génova siempre que se encontraba con alguna iglesia, entr,aba en ella, y, tan ensimismado quedaba en la oración, que era nec•esario ,que el muchacho que le acom– pañaba le sacase de su ensimismamiento. Junto a la vida de oración, la de mortificación. Durante los treinta y cuatro años de vida capu– china sólo hizo una sola comida que consistía en un plato de sopa, unos mendrugos de pan, al– gunas verduras y un ,poco de agua. Muc'has veces le oyeron los religiosos disci– plinarse a altas horas de la noche. En la espalda tenía una enorme herida producida por los cilicios que llevaba continuamente. Los pies los tenía lle– nos de heridas que apenas le dejaban andar. 37

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