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ihizo su profes:ión religiosa a la que llamaba "el día de su liberación". Se preparó para ello con todo el fervor de que su alma era capaz. Pero ta,mbién tuvo que sufrir el últiimo asalto del ene– migo. En su men,te volvió a surgir, el temor de haberse equivocado, -esta vez no de convento, sino de vida. Vinteron a su imaginación los años pasados en su casa de Crumporroso, pobre en ver_ drud, pero que cobijaba aún 'los, s,eres más que– •ridos de su corazón. Pensó que podría ser bueno .siguiendo su vida d,e la;brador aQ lado de los suyos... A quien haya sido atormentado por esta cla– se de tentaciones la prueba de Fr. Francisco le pareeerá la cosa más natural, en cambio, los que jamás conocieron el regalo de la vocación religiosa, lo juzgarán poco menos que ridículo e :indigno de un ruma varonil. Hay luchas en la vida del hombre que sólo pueden medirlas los que han sentido ,en su interior la trascendencia que lleva ,consigo el perderlas. Los ve!'daderos héroes no se, encuentran únicamente en los cam– pos de batalla, los, 1hay también, y su heroísmo es mucho más penoso, en las soledades de los ,conventos, donde las almas luchan con el ene– migo de su propia naturaleza. EN EL CONVENTO DE LA INMAOULADA De la soleldad de San Bernabé Fr. Francisco fue trasladado al de la Inmaculada. La muerte de Napoleón acababa de abrir las pueJ:1tas de los conventos, cerrados un día por la 30

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