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un.a tela blanca, que hacia de puerta, una tari– ma para dormir, una mesa de pino y una cruz de madera. Diríase ,que h!llbian sido tr-asladados aUí J.os primeros conventos de la Orden. Delante del convento un pequeño jardín cuyos cipreses hablaban de elevaiCiones, al cielo. A lo lejos se veía ei[ inmenso azul del :mar Mediiterráneo. En es1te conv,ento !había recibido Fr. Francisco una de las tmpresiones más, fue11tes de su viJda. La de aquel joven religioso ha:ciendo oración 111 pie del altar. No podía olvidarlo. Ahora. volvía a recordar aquella eseena, pero con el a1ma com– pil.etamente tranquila. A !los tres días, de llegar recibió el hábito de novicio del manos del P. Ber_ na,rdino de Pontedecimo, qu1en tomó pnr tema. de su plática aiquenas palabras del salmo 132, que dicen: "Qué bueno y qué agrad:able el habitar los hermanos reunirlos." El joven novicio compren– dió entonces el conc,epto de la verdadera frater~ nidad, tan decantada por los hombres y tan des– conoctda. Ell año del noviiciado fue un vivir más en el delo que en la tierra. Según costumbre de los capuehinos durante ese año se ejercitó en todos los ofidos del convento y en todos ellos, como antañn en S,esitri Poneniti, sobresalió por su fi– deHdad. Los re:Ugiosos más ancianns veían en él un mode1o que imitar. Era senci]Jo sin ama– neramiento; caritativo sin ostentación; trabaja– dor sin orgullo; humilde sin rarezas; compren– siva con 1as deficiencias de sus hermanos; ad– mirador de las vir,tudes de todos. Un año más tarde, el 17 de diciembre de 18<25, 29

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