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Iencio con una ligera exclamadón ante el ma– ravilloso paisaje de las riberas del Nervia. Al caer la tarde llegaron al convento, un edi– ficio austero y rodeado de árboles. El silencio que se notaba en aquel •p,araje causó un raro es– tremecimiento en ,el corazón del joven aspiran– te. Todo lo que estaba pasando le parecía un sueño. Como •en los cuentos de hadas de su ni– ñez, creía estar ante un castillo encantado en el que seres mi.steriosas vivían una vida extraña. Fnay Juan llamó, haciendo sonar una alegre campana. La puerta se abrió y el joven Croese penetró en el convento. Sin poder contenerse dio las gracias a su compañero de viaje por aquel regalo. Y en su interior pensó cómo a:quena puer– ta le había liberada, de manera tan fácil, de las ataduras del mundo. Hecha la visita al P. Guardián, a Ja ig1esia y a las demás dependencias del conv,ento, Fr. Juan llevó al joven Croese a la celda que había de ocupar. Una celda sen.cilla. Por todo ajuar una cama, un lavabo, un reclinatorio, un crucifijo y una i:mag,en de San Francisco. A Juan, no obs– tant,e, Ie pareció un luja a:l lado de su pobre casa de camporroso. Allí pasó su primera noche ,conventual, Tar,dó en conciliar el sueño. iHabían sido tantas y <tan 1'.Uertes las impresiones de aquel día!... P:ero, aparte del natural nerviosis– mo, otra ,causa más profunda había influido en su diesvelo. Era el miedo de haberse equivocado en la elección. ¿Era aquella la casa de "madonna pobre21a"? ¿Había entrado ,en el convento para gozar de 20

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