BCCCAP00000000000000000000918

un lecho más o menos cómodo para descansar. Los del mundo creen que en el convento somos desgraciados, pero nada más equivocado. La paz del .alma es el mejor elemento para conse– guir la felicidad, y por supuesto ningún lugar como el convento para gozar de paz. Juan escuchaba conmovido las pala1bras del buen religioso, pero él no buscaba vida fácil, sino vida sacrificada. Le pareció demasiado cómoda la de los Padres Conventuales y así lo manifestó, no sin cierto reparo, a su interlocutor. Fray Juan se esforzó en pintar la vida reli– giosa que él vivía como la más perfec,ta y, en efecto, para él lo era así. Pero el joven Croese insistía en su deseo de austeridad mayor. Yo co– nozco a los capuchinos -decía- y sé que ne– van una vida muy au6tera... Fray Juan, aJ. oír hablar de los capuchinos, quedó un poco en s.uspenso. Sabía él que estos religiosos observaban el espíritu de la Regla franciscana en toda su pureza y austeridad. Co– nocía su vida y no supo qué partido tomar ante la postura de su compañero de conversadón. Antes de exponerse a fracasar del todo en su demanda, optó por colocarse en una especie de "entente espiritual" que tranquilizase a a:mbos. -P,ero los capuchinos son también francisca.: nos. lQué más te da ir con ellos que quedarte con nosotros? Al fin siempre serás hijo de San Francisco... -Pero el hábito... -Lo comprendo... Vamos a hacer, pues, una cosa. Tú te vienes a nuestro conven:to. Si te gus- 1'8

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz