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contarme lo que el otro día quedó en suspenso? -iSí, paidre. Algo de ,eso -es. ~Pues habla, hijo mío, que yo te escucho. Con los ojos bajos, como quien va a descubrir una fa1ta vergonzosa, Juan :comenzó isin más preámbulos. ~ -Don Stéfano, yo quiero ser capuchino, y ven– go a consultarle si reaJ.mente tengo o no voca– ción. No quisiera equivocarme en cosa de tanta tmportarncia. Don Stéfano no esperaba aquello. Era la pri– mera vez que se le presentaba un caso así. Su apostolado en aquella aldea ,era sencillo, como lo eran sus feligreses. Se habfa ordenado con "carrera breve", y sabía lo necesario para cele– brar la santa Misa con devoción, predicar la Ho– milía domi!nical, que preparaba todos los sába– dos por un viejo Homiliario, absolver a los feli– greses y administrar los Sacramentos que exige la vida parroquial. Pero esas cosas de voca'Ción religiosa, de dirección espirituaa, ni lo había es– tudiado, ni J.e había hecho falta. Dar, pues, una solución sobre tema tan ·complicado le pareció una temeridad y, ante el temor de equivocarse, pl'efirió enviar al joven al convento de los Pa– dres Conventuales. ~Mira, hijo, lo que me dices es una cosa muy seria, más de lo que tú crees. Así que mi consejo es que vayas al .convento de los Padres Conven– tuales de Sestri Ponenti y ellos, como personas más entendidas, te aconsejarán mejor que yo. Salió Juan de la casa de don Stéfano más apenado que nunca. Aquella forma de obrar de 14

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