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En un ángulo de la cocina, sentado sobr·e un banco de madera, Anselmo Cro·ese oía el diá– logo de hijo y ;madre. No quiso intervenir en la conver,sadón por no forzar al hijo a decir lo que, tal vez, quisiera tener oculto. Juan aca– ba·ba de cumplir Jos diecisiete años y a esa edad Ios jóvenes suelen tener problemas que los pa– dres nu deiben mos,trar demasiada curiosidad por conocer. Por eso Anselmo, antes que forzar la conciencia del hijo con preguntas indiscre– tas, prefirió respetarla con un prudente si1encio. Aquella noche se cenó muy pronto. Una cena frugal, como todos los días. En la calle silbaba el viento y -el silencio de Juan pare:cía ,i,umen– tar más aún la soiLedad y el fria de la noche. A DOS PASOS, DE LA ILUSJON No en vano los años de la juventud, son años de promesa. Las flores de la primav,era de la vida terminan por dar, como todas las pr-ima- veras, sus frutos aApetecidos. · Juan Croese había cum,plido los diecisiete años. otros jóvenes a su edad ya habían tenido sus primeros escarceos en e,1 ca:mpo d,el amor. El, en cambio, no había pensado · en nada de eso. Desde muy niño se dio cuenta de que era muy otro su camino. Y •no es. 1 que· no se cruzase en su vida ,el amor. Le vio rodeando el cas.t:illo de su corazón, pero, como vaUente guerrero, salio siempre victorioso en la luC!ha. Ha,cia tiempo que la semilla de la vocación re– ligiosa germinaba •en su alma, pero, como su:ce- 11

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