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yores 1que le esperaban. Aquellas horas largas de trabajo, como los surcos que iba abriendo en la tierra, le füan enseñando lo 1que supone conseguir un triun:fo en la váda. Arguella soledad del cam– po le .ens,eñaba a ser más re.cogido, más deseoso de busc_ar ,en ,el i:n.terior de su alma la que no había podtdo encontrar ni ,en el pastoreo de sus ganados, ni en e:l caminar cansino de sus bue– y,es. ,Miraba al cielo, con esa inf,inita ansiedad ele todo la:brndor y esperaba que, no tardando mucho, -el cielo se abriría para mostrarle el ca– \nino de su v,ida. E1 camino comenzó a iluminarse. Aquel día Juan llego a casa más serio y ;preo– cupado ,que de costumbre. Dejó la azada en un rincón del portal y; si:n decir palabra, se fue a la iglesia en la que .en aquel momento tocaban al Rosario. En la iglesia, de reducidas propor– ciones y ,pobriemente iluminada, había un gru– po de mujeres, en su mayoría de edad. En el púlpito el ancfano ,párroco don Stéfano comen– zó con voz -cascada· el rezo del santo Rosario. Juf!,n se arrodilló en un rin,cón y, al paco t1empo, quedó como ,extasiado. Las mujeres hubieran di– c'ho que esta:ba distraído si no conociesen de sabrá la piedad del hijo de los Croese. Con todo na fa,ltó quien ,pensó de otra manera y entre ellos el bueno de don Sitéfano. lAcaso Juan no tenía diecisiete años cumpli– dos?. ¿ Y a esa edad no tiene todo joven algún probl:ema? lGuál seria el de aiquel 'su feligrés? ¿ Tal vez un amor imprevisto? lAcaso unas sue– ños inútiles de grandeza? lTal vez deseos de 9

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