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88 ESTRELLAS EN EL CIELO En el corazón del padre de Filomena quedó clava– da la terrible espina. ¡ Era cierto que Diocleciano esta– ba ~namorado de su hija 1 Pasaron algunos años. Los padres de Filomena eran felices gozando de la hermosura y de las virtudes de su hija. En Roma, las diversiones se sucedían sin in– terrupción y raro era el día en que, sobre las arenas del anfiteatro, no corriese a torrentes la sangre de los seguidores de Cristo. La plebe, cada vez más exigen– te, pedía a gritos ante el palacio del Emperador nue- vos mártires. · Fué un día de extremo calor. Por una de las calles estrechas de la ciudad caminaba Filomena acompa– ñada de sus padres en dirección del palacio del Em– perador. Queria éste verla de cerca y había inventado no sé qué pretexto para conseguirlo; sin llamar la aten– ción ni de la joven, ni de sus padres. Ella iba conten– ta, con esa ingenua alegría de los pocos años; no así sus padres, que temían alguna escena desagradable. Ape_nas llegaron a palacio todas las puertas se les abrieron de par en par. Filomena contempló admirada tanta belleza y no acertó a imaginarse cómo sería el dueño de aquellas riquezas. No tardó en aparecer Dio– cleciario elegantemente vestido, perfumado y rodeado de sus soldados más íntimos. La conversación comen– zó así:
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