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SANTA FlLOMi;NA 87 <lerla. Era tan bella que, en aquella sociedad pagani– zada, todo se podía temer, y, precisamente de quien más motivos había era del mismo Emperador. El padre de Filomena lo sabía muy bien, pues en cierta ocasión le oyó ponderar ardientemente la belleza de su hija. -Sé que tienes una hija :muy hermosa-le dij9 Dio– deciano. -Señor--contestó el padre de Filo.m:ena-,-, mucho me honran vuestras palabras, pero yo creo que mi hija es como todas las de su edad. -Como todas no-repuso Diocleciano con cierta malicia.,-; es más hermosa que muchas y más inteli– g.e_lite que todas. El padre de Filomena bajó los ojos avergonzado, convencido de que su hija había encendido en el cora-, zón del Emperador una violenta pasión. -No te avergüences así-dijo Diocleciano-; tu orgullo de padre no lo puedes disimular. Tu hija es bellísima, y, si consientes en ello, yo haré que llegue a ser una de las principales damas de mi palacio ... -Señor, mi hija eniró en mi casa corno regalo del cielo y, tanto ella como mi esposa y yo, sentiríamos tener que separarnos... -Bueno-terminó Diocleciano-, está visto que en nada te importa el bienestar de tu hija. Hemos termi– nado con este asunto.
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