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86 RSTRELl~",.S RN EL CIELO ciudad de los Césares, y en cierta ocasión manifestó a su padre deseos de quedarse para siempre en aque– lla hermosa y poderosa urbe. Cierta tarde salieron los padres de Filomena a dar un paseo por las orillas del Tíber. La idea que prime– ro surgió como tema de su conversación fué la ele su hija. -Nuestra hija, a pesar de los años que tiene-dijo la madre-conserva tal recato y tal. modestia, que en muy pocas jóvenes de su edad se acostumbra a ver. -No en vano lleva el nombre de amiga de la l.iiz. ,-Eso quiere decir que Dios no sólo ha premiado nuestras súplicas concediéndonos esta hija, sino que, además, nos la ha <lado adornada de las virtudes más hermosas. -¿ Lo has dudado alguna vez? Los dos esposos callaron unos momentos y escu– charon embelesados el correr del agua del farrioso río, aunque con más rapidez, sin duda, corrieron sus pen– samientos. La hija, milagrosamente recibida del cielo, era para ellos su gran alegría, y por eso, tal vez, surgió, c':mn un terrible espectro, el miedo de per-
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