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SANTA GENOVEVA la emoción que es de suponer y, apenas había tocado el agua los ojos enfermos, la feliz mujer comenzó a gritar fuera de s{: ((Milagro, milagro ... ¡ Ya veo!» ... Pasados algunos años, la madre de Genoveva mu– rió y la piadosa joven se trasladó a París en compañía de otras doncellas muy piadosas amigas suyas. Allí volvió a encontrarse con el virtuoso Obispo Germán, el mismo que hacía algún tiempo le había regalado la cruz de madera . .:........¿ Qué queréis de mí ?-preguntólas el santo, Obispo. -Queremos consagrarnos a Dios-dijo Genoveva en nombre de todas. -Recibid mi bendición. De rodillas ante el Obispo, las jóvenes recibieron emocionadas la bendición del Prelado, y desde aquel día comenzaron una vida intensa de piedad, sobresa– liendo entre todas Genoveva. Eran felices las virtuosas vírgenes del Señor en su .retiro, cuando oyeron rumores de guerra a las mismas. puertas de París. Se acercaba el .cruel Atila, rey de los hunos, apellidado con razón «Azote de Dios». Toda la ciudad tembló ante la proximidad de aquellos bár– baros, y algunos de los principales de la ciudad acon– sejaron abandonarla antes que sucumbir envueltos en sus escombros o consumidos por las llamas. Se <lió, orden de evacuar y de huir a lugares más seguros.

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