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SANTA GENOVEVA 77 En la humilde casa de Genoveva jamás faltó el temor de Dios. Sus padres le inculcaron desde muy niña la práctica de todas las virtudes y, sobre todo, las de la humildad y la sencillez. --Nada hay tan despreciable a los ojos de Dios y aún de los hombres-le decía con frecuencia su ma– dre-, como un pobre soberbio. Dios desprecia a los engreídos y da su gracia a los humildes-y a conti– nuación de estas palabras contaba la parábola del fa– riseo y el publicano que a la niña le parecía siempre nueva, tanto que, cuando alguna vez su madre repetía la consabida recomendación, al instante preguntaba Genoveva : «Madre, ¿ y hoy no cuentas la parábola del fariseo y el publicano?» U na de las cosas que más le gustaban a Genoveva era el ir a misa. Un domingo su madre le dió esta orden que, para la fervorosa niña, fué un verdadero disgusto: -Mira, Genoveva: hoy es necesario que te quedes en casa. -Pero madre, ¿ y la misa? -He dicho que te quedes y basta; cuando yo lo mando es que tengo mis razones. -Mira, madre, que Dios se va a ofender ... -He dicho que te quedes- volvió o decir la ma- dre, y dió un fuerte bofetón a su hija que cayó al suelo. Cuando Genoveva se levantó vió que su madrt también lloraba.
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