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SANTAS JUSTA Y RUFINA 71' -¿ Prefieres, entonces, morir antes que ofrecer in– ,cíeso a nuestros dioses? '-Prefiero. -Pues a la muerte irás. Era el día 17 de julio del año 287. En el anfiteatro se había congregado una inmensa multitud. Un calor so– focante encendía más y más la sangre de aquellos hom– bres y mujeres, más sanguinarios aún que las mismas fieras. Sobre la arena calcinada apareció Rufina, pá– lida, pero con la mirada puesta en el cielo y el corazón en el recuerdo de su santa hermana. Diogeniano quiso presidir personalmente el espectáculo. La multitud pi– dió a gritos la muerte de la joven crístiana. A una se– ñal del gobernador, de los vomitorios salió un enorme león de Numidia. Tenía los ojos ensangrentados; la melena revuelta, y olfateaba terriblemente la carne hu– mana. Todos los espectadóres ahogaron la respiración durante unos instantes. El león lanzó uli gran rugido y saltó sobre el cuerpo de la virgen cristiana. Un grito se escapó del pecho de todos los asistentes, grito que inmediatamente se transformó en admiración y en in– fernal protesta. ¡ El león había sido de mejor condición que los hombres I Tumbado a los pies de Ri,ifina, más que una fiera, parecía un manso cordero. -¡Milagro! ¡ Milagro 1-se oyó gritar en algunas graderías. Diogeniano, ciego de ira, mandó retirar al león y
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