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SANTA CASII.D1\ 53 cristianos. Extrañado al verla, la llamó a voces. La joven, al verse de aquel modo descubíerta, paró en seco y esperó a su padre, que bajó rápidamqnte con el rostro ence.ndido y los labios temblorosos. Viendo a su hija pálida sospechó que allí estaba el secreto de su mal. j Estaba enamorada, sin duda, de alguno de aquellos cristianos ! Casilda, llorando a lágrima viva, trataba de ocultar algo que llevaba oculto en el hald~ del vestido. Dsi~l-Nun lo había comprendido todo. ¡ Su hija se dedicaba a dar de comer a aquellos que él tenía para matarlos de hambre ! Irritado y fuera de si la pre– guntó: -¿ Qué llevas escondido debajo del halda? -¡ Qué voy a llevar, padre mío l~ijo Casilda con sencillez~, flores. -Tú, lo que llevas es comida para esos malditos cristiahos-replicó Dsi-1-Nun lleno de ira. -No, padre mio; son flores. Y soltando el halda con ambas manos dejó caer al suelo un montón de rosas frescas, como si en aquél momento terminasen de ser cortadas del rosal. Dsi-1-Nun se quedó pálido. Era crudo invierno y le extrañó aquella hermosa sorpresa preparada por su hija. Así pasó aquel bello incidente. Dsi-1-Nun subió otra vez a su habitación y siguió míraüdo, apoyado en el alféizar de la ventana, ei hermoso paisaje de la vega. Entretanto, Casilda, animada por el milagro que

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