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52 ESTRELLAS EN EL CIELO batador. Dsi-1-Nun, su padre, no tenía corazón ya que era. capaz de tener encerrados en aquellas mazmorras a aquellos hombr':'s tan valientes y tan resignados. Volvió Casilda a sus habitaciones preocupada por la breve entrevista con el hombre de aspecto triste y mirar dulce, y, aquella noche, apenas pudo conci– liar el sueño. El cuerpo marchito de aquel hombre y los sufrimientos de sus compañeros le llegaron a lo más profundo del alma y se propuso hacer todo lo posible por alcanzar para ellos la libertad. Desde entonces ya no se contentó con verlos de cuando en cuando y a escondidas; su amor la hizo ingeniarse para llevarles, con relativa frecuencia, ali– mentos y vestidos. Poco a poco las cosas de palacio corrienzábanla a aburrir, y su mejor entretenimiento era la visita que hacía, cada vez con más asiduidad, al calabozo de los cristianos. Dsi-1-Nun, por su parte, estaba cada vez más pre-· ocupado por la salud de su hija y no perdonaba medio alguno para conocer tan extraño mal. Uno de los días en que Dsi-1-Nun estaba más en– simismado mirando por una de las ventanas del Alcá– zar, un hecho extraño le llamó la atención. Al principio no quiso dar crédito a sus ojos, pero luego la eviden– cia le hizo convencerse de ello. Por el patio del Alcázar vió a su hija dirigirse hacia la ventana que coniunicaba con el calabozo de los
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