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SANTA EULALIA Y !ULIA, DE MÉR!l)A 41 para seg·uir adelante con su propósito de ver y hablar cara a cara con el Gobernador. -¡ Mira qué hermoso cielo-dijo Eulalia, mientras miraba la multitud de estrellas que tachonaban en el firmamento-; tal vez dentro de muy poco sea nues-– tra morada !... Al amanecer divisaron los grandes edificios de la ciudad. En las afueras se encontraron con grupos de esclavos que se dirigían al campo medio desnudos, llevando a hombros pesados instrumentos de trabajo. Cuando Eulalia y su compañera entraron en Mé– rida hacía un calor sofocante. Sin pérdida de tiempo se dirigieron al palacio del Gobernador. Julia se ade– lantó unos pasos y Eulalia, sonriente, le dijo : -No te adelantes, hermana mía, pues estoy segura que yo moriré antes que tú. U na escalinata de mármol, recién lavada, daba ac– ceso a la imperial mansión. Ante la puerta de bronce dos guardias uniformados vigilaban la entrada. En el pórtico de columnas dóricas, Eulalia y Julia fueron sometidas a un previo interrogatorio, terminado el cual Eulalia preguntó valientemente : -¿ Podemos ver al Gobernador? -Esperad un poco, muchachas-respondió uno de los guardias-. Creo que aún no se ha levantado, pero no tardará, pues ya es la hora de las audiencias. Pasaron algunos minutos, que las dos jóvenes apro– vecharon para anhriarse mutuamente.
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