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40 ESTRELLAS EN EL CIELO Eulalia escuchaba en silencio tan extrañas nuevas y en su corazón se encendía el deseo del martirio. Sólo unos días faltaban para que su padre em– prendiese el viaje que ella esperaba con impaciencia y entonces se presentaría ante el mismo Gobernador y le echaría en cara los horrendos crímenes que estaba cometiendo. Llegó el día suspirado. El padre se despidió con el cariño que es de suponer. -Espero, hija-la dijo-, que mientras yo esté– ausente procurarás cuidarte. No tardaré en venir. Un beso cariñoso señaló las últimas palabras. Aquella misma tarde, al caer el sol, Eulalia llamó a su amiga y la dijo: -Julia, hermana mía, ha llegado la hora de de– fender nuestra fe. Preparémonos con la oración. Se retiraron a un lugar recogido de la casa y en él permanecieron hasta que fué completamente de no– che. Cuando ya en el cielo brillaban las estrellas, sa– lieron por una puerta secreta y se dirigieron a la ciu– dad. Era una noche del mes de agosto. El suelo que– maba aún calcinado por el calor sofocante del día. Eulalia y Julia, si.n un momento de desaliento, sin un asomo de cobardía, emprendieron su viaje por aque– llos caminos solitarios y completamente desconocidos para ellas. Su juventud, y más que todo su fe y su ansia de martirio, les daba fuerzas más que humanas

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