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SANTA EULALIA Y JULIA, DE MÍ>RIDA 37 La conversación siguió largo rato recordando es– cenas del Santo Evangelio, terminada la cual el padre de Eulalia se retiró y quedaron solas. Eulalia y su compañera. -Aunque todo lo que nos rodea es hermoso-dijo Eulalia-, creo que nada puede igualarse en hermo– sura a Aquel que es Autor de todo cuanto existe. ¡ Qué felicidad la nuestra poder decir con verd~d que el que ha hecho todo lo hermoso y agradable que ven nuestros ojos es también el dulce Esposo de nuestra alma ! Esas azucenas y esos nardos nos dicen muy alto lo que debe ser nuestra alma : pura y llena de los perfumes de todas las virtudes. -Tienes razón-contestó Julia-. La soledad de este jardín; la multitud y variedad de sus flores; el cantar alegre de los miles de pajaritos que anidan en sus árboles; nos hablan muy altamente de la belleza de Aquel que quiso crearlo todo para nuestro solaz y entretenimiento. Siguió a esta sencilla conversación un prolongado silencio que las dos jóvenes aprovecharon para elevar su corazón al Creador. Un hilo de agua cayendo sua– vemente sobre una taza de mármol vino a romper aquel sabroso silencio. -¿ En qué piensas, Eulalia? -¿ En qué voy a pensar? En que es una ver- güenza que, mie.ntras en Mérida nuestros hermano!i
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