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SANTA EULALIA Y JULIA, DE ll{ÉRIDA 35 la magnificencia de la «quinta». Toda la fertilidad de aquella tierra, repleta de luz y de sol, tenía su mejor m:anifestación en aquella finca ideal. Frutales de todas clases; infinidad de árboles de adorno, cuyas amplias hoja~ convidaban a gozar de su sombra bienhechora; cercas de arrayanes cuyas flores semejaban copos de nieve; tazas de mármol re– pletas de agua fresca; estatuas diversas repartidas por los paseos cori gusto y simetría ...admirables; amplio estanque en el que cuatro chorros de agua caían en curva temblorosa y, en el estanque, como otra belleza más, cisnes de blancura inmaculada que exhibían or– gullosamente la quilla elegante de sus cuellos. La im– presión que Eulalia y su amiga recibieron al ver por primera vez tan extraña maravilla no es para descritá. · Con la ingenuidad de sus pocos años se dedicaron a recorrer una por una todas ·las dependencias de la finca, pero lo que más les gustó fué, sin duda, el her– moso jardín. -Nunca creí-dijo Eulalia-que mi padre nos tu– viera reservada semejante sorpresa. Todos los veranos vendremos a pasarlos aquí. ¿ No te parece? Todo ésto me recuerda la hermosa descripción que hace poco nos hizo el presbítero Donato. -¿ De las flores y avecillas del campo ?-preguntó Julia-. Me agradaría que la repitieses. ~Allí viene mi padre, que lo hará mejor que yo.
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