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ESTRELLAS EN EL CIELO las últimas conversaciones que tuvimos con el santo sacerdote Do.nato. No sé si recordaré literalmente sus palabras, pero, poco más o menos, decían así : «Cuan– do os persiguieren en una ciudad huid a otra.» ¿ No · lo recuerdas? -¿ Y no tienes tú en la memoria-repuso Eula– lia-aquellas otras que nos citó para animarnos a su– frir el martirio? <(Cuando estéis ante los presidentes no penséis lo que habéis de decir, porque yo pondré en vuestros la– bios palabras a las cuales no podrán contradecir vues– tros enemigos». Y aquellas otras: «No temáis a los que· matan el cuerpo, sino a aquel que, después de quitaros la vida del cuerpo, puede también arrojaros al infierno... » Eulalia, llevada de su ardiente deseo del martirio, había recogido estas últimas palabras para sí ; Julia, en cambio, las primeras; pero ambas estaban confor– mes en admitir que de una forma o de otra se podía agradar al Señor. Era al caer de la tarde. Por las calles de Mérida atravesó una magnífica carroza arrastrada por cuatro briosos corceles. En la carroza iban Eulalia y Julia. Entre nubes de polvo y calor asfixiante llegaron a la quinta «Ponciano» cuando ya el sol se había ocultado por completo. A! día siguiente pudieron ver
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