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SANTA EULALIA Y JULIA, DE M(!RJDA 33 Eulalia bajó sus ojos, azules como el mar, y, dibu– jando en sus labios una sonrisa, contestó sencillamente : -Padre mío, lo que hagáis me parece bien hecho. -Celebro tu conformidad, hija mía, y lo acertado de tu respuesta. Marchemos de aquí. Estos días pre– ,cisam.ente se van a celebrar las fiestas en ho;tior del Em– perador y a nosotros nada nos dicen esos sacrificios que piensan ofrecer a sus dioses. Para nosotros, Jú– piter, Venus, Mercurio y ta.ritos y tantos dioses a los que esos pobres ofrecen sus dones, no dejan de ser unas vulgares fmágenes de madera o de metal hechas por las manos de los hombres. Mañana, pues, saldre– mos de la ciudad e iremos a la quinta «Poncia)io» que para este fin he adquirido distante unas dos leguas de aqu!. Estaba aún hablando el padre de Eulalia cuando un criado llamó a la puerta. -¿ Puede salir el señor? -Ahora mismo-respondió el padre de Eulalia, y salió. Las dos jóvenes quedaron solas y Eulalia dijo a su amiga: -Mira, Julia, yo creo que esta persecución es una .advertencia que nos manda Dios para que preparemos nuestro ánimo. No .sé si el martirio será la gracia que_ Jesús nos quiere hacer, pero me fíguro que sí, en cuyo -caso esta huída de_ la ciudad me parece una cobardía. -No lo creas-repuso Julia-. Recuerda una de 3
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