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32 ESTREI.J.AS l'!N EL cmr.o está muy cerca la hora de dar testimonio de nuestra fe. -Y t~, ¿ te sientes con fuerzas para ello? -Nuestra fuerza tiene que venir del cielo. «No penséis cuando seáis llevados ante los tribunales lo que tenéis que decir-nos advirti6 ya el Señor-, pues yo pondré en vuestros labios palabras a las que vues– tros enemigos no serán capaces de respondern ... Iba a seguir Eulalia hablando cuando entró su padre. Traía el rostro pálido, los ojos desencajados, los labios temblorosos ... -Me figuro que estáis enteradas de lo que se habla en toda la ciudad. Calpurniano ha puesto por todas partes copias del edicto del Emperador en el que se ,ordena matar a todos los cristianos. -De eso precisamente estábamos hablando-repu– so Eulalia-. ¿ Pero qué podrá el Emperador contra nosotros? Los hombres pueden hacer sus planes, pero Dios tiene suficiente poder para deshacerlos en un momento. Por eso creo que no debemos asustarnos, sino más bien poner toda nuestra confianza en Aquel que no permite que una sola hoja del árbol caiga, sin su permiso al suelo, ni uno de los cabellos de nuestra cabeza desaparezca, pues todos los tiene contados. -Me parece muy bien que pienses así, hija mía, pero también nos dijo el Señor en el mismo Evange– lio que, «cuando nos persiguiesen en una ciudad hu– yésemos a otra». Este es nuestro caso. Por eso vengo a deciros que he alquilado una «quinta» fuera de la •ciudad para que en ella podamos estar tranquilos.
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