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26 ESTRELLAS EN EL CIELO los labios en fervorosa oración. A una señal de Quintia– no, la delicada joven fué arrojada en medio de las lla– mas. Un grito de horror se escapó de todos los pechos. Quintiano, como una fiera, clavó los ojos en el enorme incendio y en el mismo momento se oyó un grito sordo y terrible en toda la ciudad; fué un terremoto violento, que derribó en unos momentos la mayor parte df' los edificios. Quintiano comenzó a temblar como un azo– gado. Las fuerzas misteriosas que tantas veces habían defendido a Agueda estaban de nuevo en movimiento. Un emisario se abrió paso hasta llegar al gobernador. -Señor-le dijo tembloroso-, Silvano y Faleón acaban de ser aplastados entre los escombros de su casa. Huid ; la gente, desesperada, cree que la causa del terremoto es la muerte de esa joven cristiana. Quintiano oyó una inmensa gritería. Temiendo por su vida <lió orden de que se sacase inmediatamente el cuerpo de Agueda de entre las llamas y lo encerrasen de nuevo en la cárcel. Pero él martirio estaba ya a punto de consumarse. A las pocas horas Agueda mo– ría como muere una azucena agostada por los rayos del sol. Los cristianos rescataron el cuerpo de1 la ilustre mártir y sobre su rostro pusieron un velo. blan– quísimo. Era el 5 de febrero del año. 251. Al año si– guiente, el Etna amenazó abrasar con sus lavas ar– dientes a ¡toda la ciudad de Catania. Los cristianos, llenos de fe, cogieron el velo que había cubierto el rostro de Agueda y con él se presentaron ante el río de fuego que amenazaba arrasar la ciudad. Pero el

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