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SANTA ÁGUEDA no-. Yo soy el Apóstol Pedro, que he sido enviado para devolverte la salud. Dicho esto, desapareció, y Agueda se encontró com– pletamente curada. No tardó en llegar la noticia del milagro a oídos del gobernador. Quintiano, como ;fiera a quien han arreba-– tado su presa, se revolvía impotente en su palacio. ¿ Qué haría con aquella joven a quien, por una parte, arn:abaieon desenfrenada pasión y, por otro, odiaba con toda su alma ? Los castigos más duros habían sido inútiles. Sólo, quedaba un camino 1 para no fracasar definitivamente : la muerte de la joven cristiana. La idea criminal ocu– pó durante varios días la mente de Quintiano. El mis– mo escogió )a forma de dársela : moriría en la hogue– ra. Y como lo pensó, así.lo mandó hacer. Por toda la ciudad de Catania corrió inmediatamen– te la noticia. En el centro del coliseo se levantó una in– mensa pira de leña, cuyas llamas se elevaban varios codos hacia el cielo. Agueda apareció en medio de los soldados y, ante la e;pectación de la muchedumbre, lleg6 junto a la hoguera. Gritos salvajes de los espec– tadores, crepitar terrible de las ardientes llamas, y en medio del cuadro aterrador Agueda no cesaba de mover-
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