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24 ESTRELLAS EN EL CIELO Mientras :la sangre corría por el pavimento y los pe– chos, como dos nardos recién cortados, temolaban entre los acerados garfios de los verdugos, Agueda elevaba su oración al Señor. No tardaron en llegar nuevas prue– bas. El odio del gobernador había roto todos los di– ques y no pararía hasta desembocar en la muerte de su víctima. Medio desfallecida por la pérdida de la sangre, pero con la sonrisa del perdón en los labios, Agueda fué de nuevo llevada a la cárcel, esta vez para que muriese en ella. i Tan mortales eran sus heridas! Pero a media noche, cuando los carceleros y guar– dias de la prisión estaban más descuidados y Agueda más fervorosa, ofreciendo a su Divino Esposo los te– rribles dolores, una luz extraña inundó el calabozo. Abrió Agueda los ojos cargados de fiebre y vió junto a sí a un anciano de barba blanca como el lino, que le mostraba una redoma resplandeciente y le decía con voz dulce y persuasiva: -Agueda, hija mía; ¿ quieres curar de tus heridas? Creyendo que se trataba de algún nuevo truco in– ventado por el gobernador, Agueda contestó con ener– gía: -Jamás he esperado mi salud de los hombres. El único que puede dármela es mi Divino Esposo Jesu– cristo. -Pues en nombre de El vengo-repuso el anda-

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