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SANTA ÁGUEDJ\ 21 Ante el trono del gobernador se volvió a repetir la escena de los días anteriores. Quintiano creyó esta vez poder vencer, acudiendo a la severidad, a la que los halagos no habían podido doblegar. -¿ Cómo te llamas? -Mi nombre es Agueda. Tú lo sabes muy bien, pues conoces a mi familia. -Por eso precisamente no acierto a explicarme tu locura. Parece mentira que, habiendo nacido en el seno de un hogar tan ilustre, te hayas convertido en esclava de esa miserable secta de los cristianos ... -Si al ser sierva de Jesucristo tú lo llamas esclavi– tud, te advierto que estás muy equivocado, pues para rrií la mayor gloria consiste en ser esclava de tan gran Señor, a quien servir es reinar. -j Basta ya !-dijo Quintiano sin poder contener la ·.ira-; eres hermosa y discreta, y creo que a toda costa querrás conservar ambas cosas ; en tu mano está el con– seguirlo. Ahí tienes a nuestros dioses, ofréceles un sa– crificio. -¿ Tus dioses ?-repuso Agueda con entereza-¿ Y tú prerendes de mí que me postre de rodillas ante ellos y les ofrezca un \Sacrificio? ¡ Qué ridiculez llamar dio– ses a esos bloques de madera o de metal hechos por las manos de los hombres !... El Dios que yo adoro y en quien creo no ha sido fabricado por mano alguna de hombre, pues El es el Creador del cielo y de la tierra y de todo cuanto existe. ¿ Cómo tú quieres que yo me postre de hinojos ante Júpiter, que, según vuestras mis– mas historias, no hizo más proezas que escandalizar al
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