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220 1'5TRELLAS J,N EL CIELO -No sólo las digo-contestó él, con los labios tré- mulos-, sino que has de hacer lo que yo te pida. -Se lo diré a mi niamá-repuso Marietta. -Si dices algo a tu madre, te mato-amenazó él. Marietta calló, por temor y por vergüenza, y a na– die dijo el diálogo sostenido con Alejandro; pero des– de aquel día el rosario no lo dejaba de sus manos. Su madre notó algo extraño en la niña, pero no le <lió ma– yor importancia. Pasados algunos días la preguntó : -¿_ Estás enferma, Marietta? -No-contestó ella tímidamente-. Lo que quiero es que no me dejes sola. La madre üo pudo sospechar la causa de tales pala– bras. Creyó que se trataba de alguna de esas congojas propias de la pubertad en la que las jovenéitas no saben lo que quieren. Los días iban pasando y la pasión de Alejandro se iba agrandando más y más. La negación rotunda de Marietta le había exacerbado y, como fiera herida, for– cejeaba con su pasión buscando el moniento oportuno para saciarla. Cada vez que Alejandro veía a Maríetta, el corazón se le abrasaba en el fuego de la lujuria; la niña lo notaba y procuraba huir lo más que podía del joveri libertino. Pero cmrio nada hay más insaciable que una pasión no mortificada, Alejandro, que había cometido mil veces el crimen en su corazón, buscó el rriomento oportuno para realizarle. La lucha entre el vicio y la virtud estaba declarada; el lobo sanguinario acechaba por todos los rincones a la oveja inocente;

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