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SANTA JUANA FRANCISCA DÉ C!·HNTAL 211 quecer. En un bosquecillo contiguo al castillo se la encontró muchas veces llorando desconsoladamente y extenuada por completo. Las noches· las pasaba re– zando, y era tal la violencia de su dolor que, a los cuatro meses de la muerte de su esposo, Juana Francisca no era más que u11 esqueleto ambulante .. Se 1a trataba a veces con cariño, a veces con energía, pero nada era capaz de curar la herida abierta en aquel corazón apa'– sionado. Pero la gracia no dormía. Aquel corazón vaciado del amor humano tan bruscan1ente, no podía llenarse sino del amor di~ino. En la encrucijada de tan terrible cfisis moral la estaba esperando Dios con su amor.. Los treinta años de Juana Francisca aún le hablaron de amores terrenos, pero la herida abierta era tan 'pro– funda que al mundo nada le restó que hacer. La joven viuda hizo voto de castidad y sintió más que nunca ansia de servir, como el gran duque de Gandía, a un Señor que no se le pudiese morir.. -¿ Desea que yo la guíe en el camino de la per~ fección ?· -Sí, padre. -Mire que la senda que lleva al cielo es estrecha y sembrada de espinas...
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