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196 ESTRELLAS RN EL CIELO princesa hasta los límites de Castilla, desde donde otro cortejo, no menos brifümte, la acompañaría hasta Braganza, donde la esperaba el joven rey don Dionís. El acto nupcial fué solemnísinio. Reyes, príncipes, obispos, señores, damas de calidad, todos hicieron en tan solemne ceremonia alarde de sus elegantes vesti– dos; de sus costosas alhajas y hasta de sus discreteos e,ortesanos. Todos rieron y se divirtieron; todos, me– nos la princesita recién casada, que estuvo muy preo– cupada y triste. Su nuevo estado no hizo cambiar a Isabel de su or~ <linaria vida de sacrificio y de caridad. El amor de su marido y el amor a los pobres fueron su predilecta ocupación, aparte de una intensificación en sus ejer– cicios de piedad. Oía misa todos los días en la capilla de palacio; rezaba el oficio divino y el oficio parvo de la Santísima Virgen y el de difuntos, siempre que podía ; y por la tarde, acudía a las vísperas solemnes; hada lectura espiritual y oración mental, en la que el Señor la regalaba con carismas y gracias extraordi– narios. Mientras en el palacio de Braganza la joven reina 11evaba,vida tan santa y recogida, su joven esposo se divertía en fiestas y torneos, y, lo que era peor, en escapadas nocturnas, con grande escándalo para sus súbditos y gran agravio para su santa esposa. Cierto día se presentó ante Isabel un cortesano y le dijo:

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