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SANTA ÁGUl!DA 17 Por las calles de la ciudad de. Catania resonaron las trompetas de plata anunciando el decreto del empera– dor. Quintiano, gobernador de la ciudad, quiso cum– plir ampliamente el edicto y dió orden de prender a todos los cristianos, de cualquier edad o condición que fuesen. Los esbirros y soldados se dispusieron a cum– plir fielmente la orden imperial. En casa de Agueda se desarrollaba, entre tanto, este interesante diálogo: -¿ Has oído, hija mía, lo que anuncian por las ca- lles ?-preguntóla, su padre. -Sí-respondió ella. -Temo por ti, hija mía. -Jesús nos ayudará para que no fracasemos ni ante Jas amenazas, ni ante los halagos. -Digo esto porque tengo entendido que el gober– nador ha puesto sus ojos en ti y está decidido a hacer todo lo posible porque seas su esposa ... -¡ Padre mío! j Eso jamás! Mi esposo es Jesús"; a El he consagrado ya mi virginidad y nadie será ca– paz de hacerme quebrantar este voto ... Siguió un prolongado silencio. Padre e hija se mi– raron mutuamente1 y en el corazón de ambos surgió la misma idea : Dios les llamaba al martirio. Pasaron algunos días. A la puerta de la casa de 2
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