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SANTA ROSA DE LIMA 185 Como todas las almas delicadas, Rosa tenía pre– dilección especial por las flores y por los jardines. -Si queréis buscar a Rosa-solían decir-, bus– cadla en el jardín. Tenía, en efecto, un pequeño jardín en su misma casa, y en un extrellio de él había construído una hu– milde choza adornada con plumas de diversos colores y ramas de árboles. En aquella humilde celdita tenía las imágenes de sus santos predilectos, y en ella el Cielb le prodigaba toda clase de carismas. Un día, sus familiares vieron que de las hojas de plátano que cubrían la techumbre brotaban rayos de luz tan intensos que daban la impresión de un gran incendio. Cuando vieron salir a Rosa de la choza tenía el rostro encendido como si hubiera estado al pie de , una enorllie hoguera. Tenía Rosa en su jardín un rosal hermosísimo al que cuidaba con predilección, pues de sus hojas bro– taba una música como de arpa. También tenía cariño especial a los cínifes y a, los mosquitos. Cuando ella pasaba por el jardín, las rosas se esponjaban como agradeciendo aquella visita de su joven jardinera y los mosquitos y los cínifes descri– bían círculos rapidísimos alrededor de ella y hacían sonar sus agudas trompetillas en señal de alegría. Pero el que hacía pasar mejores ratos a Rosa era un hermoso quetzal que no cesaba de cantar apenac; la veía en el jardín. Era el amigo predilecto. Todas las tardes se posaba sobre una de las ramas que som– breaban la choza y allí permanecía cantando hasta casi.
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