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182 ESTRELLAS EN EL CIELO Y lo que había pasado era que se los había frotado con guindilla para no poder salir. María de la Oliva tembló ante semejantes excesos y prefirió no decirla nada en adelante. Era buena cris– tiana y no quiso forzar más la conciencia de su hija. 1 1 La hermosura de Rosa era arrebatadora y los jó- venes de las más ricas familias se disputaban la suerte de poderla tener por esposa. Pero las penitencias de la joven seguían en aumen– to y un día su rara belleza comenzó a resentirse. En todos cundió la idea de que la hermosa joven, con aquel género de vida, terminaría por enfermar. -Es lástima-decían los que más de cerca la veían-que una hermosura tan extraordinaria se malo– gre de esa manera. -Es que es una santa-dijeron otros. Llegó a oídos de Rosa esta última apreciación y se estremeció de espanto. Su madre la encontró un día llorando encerrada en su habitación y postrada de ro– dil1as ante una imagen de Jesús Crucificado. No le dijo nada y se puso a escuchar lo que la inocente joven ha– blaba con el Señor. -«Señor-decía entre suspiros-, permíteme que yo pueda entregarme a mis mortificaciones ordinarias sin que mi rostro sufra el menor daño.i>

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