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174 ESTRELLAS EN EL CIELO le avecinaba. Al día siguiente fué llamada a presen– cia de Olibrio, que la habló de esta manera : -Ayer me dijiste que eras cristiana, y aun ahora estoy dudando de la veracidad de tus palabras. Eres suficienteniente inteligente para conocer que esa reli– gión tiene demasiadas extravagancias para ser verda– dera. Di más bien que te ha dado pena contrariar a la que para ti hizo las veces de madre, y esto me conven– cerá plenamente. Los dioses inmortales te han elegido para algo más elevado que ser una despreciable pas– torcita. La ocasión la tienes en tus manos. Yo estoy resuelto a hacerte feliz, a colmarte de riquezas y de honores y a hacerte la primera mujer de Antioquía. -Sé lo que pretendes y, desde ahora, te digo que no lo conseguirás. Riquezas materiales no necesito; me basta con ser cristiana, que es lo mismo que ser he– redera del cielo. En cuanto a los honores que me pro– metes, en nada los estimo; tengo bastante con el ho– nor de ser hija de Dios. -Entonces, ¿ no quieres ser mi mujer? -Ya hace mucho tiempo que soy esposa de Je- sucristo y no quiero ser infiel a tan buen Esposo... Olibrio, lleno de ira, mandó que se la castigara con garfios y con planchas de hierro candentes, y con tan– ta saña cumplieron los verdugos el cruel mandato, que la valiente virgen fué llevada semimuerta a uno de los calabozos del palacio, para que en él acabase de expirar. Curada milagrosamente de sus heridas, de nuevo fué conducida a presencia del gobernador, que creyó esta vez conseguir su objeto Pero la valiente pastorci--

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