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SANTA MARGARITA DE ALEJANDRÍA 171 -¿ Alguna lección difícil ? ¿ Una ami$tad since– ra?... -Mucho más que eso... -Dímelo, pues quiero yo también alegrarme y go- zar contigo. -Padre mío, sé que, si te soy sincera, te vas :i enfadar... ¡ Soy cristiana l -¿ Cristiana? ¡ ¡ Tú cristiana ! ! Y diciendo esto la cogió bruscamente y la arrastró al templo donde él hacía los oficios de sacerdote para que se postrase de rodillas y de este modo borrase la injuria hecha a los dioses. -No, padre mío-contestó Margarita con una ener– gía impropia de su tierna edad--, no me pondré de rodillas ante esas imágenes hechas por las manos de los hombres. Prefiero morir antes que cometer seme– jante torpeza. Edesio, sin saber qué hacer, ni cómo explicarse aquella tenaz resistencia, decidió doblegar la voluntad de su hija sometiéndola a una humillación. La despojó de los hermosos vestidos con que se cubría y la puso unos miserables andrajos de pastora y, con este atuen– do, la mandó al campo con un rebaño de ovejas. Nunca se sintió Margarita tan feliz como en aque– lla soledad, rodeada de aquellos humildes y mansos anímales que la recordaban al Cordero de Dios que había dado la vida por salvar al mundo. Gozaba la hermosa jovencita en aquella soledad y las flores y los árboles eran, con los rebaños, sus me– jores y únicos compañeros. El ambiente puro del cam-
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