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100 ESTRELLAS EN EL CIELO Un día de otoño, ya oscurecido, las v1e3as estan– cias del castillo se iluminaron con el tenue resplandor de las lámparas de aceite. Hortulana se dirigió sola a la capilla donde se veneraba una imagen bizantina de Jesús Crucificado. La sangre que brotaba de cien he– ridas daba a la imagen un aspecto de máximo dolor. Hortulana, postrada de rodillas, comenzó a rezar más con <"l corazón que con los labios. Nunca le había parecido la imagen de Cristo tan acopgojada como en esta ocasión. ¡ Que no hay cristal mejor para ver el dolor de los demás que el de las propias lágrimas !... -Señor-dijo Hortulana-, ya sabéis cuánto de– seo tener un hijo... La esterilidad me entristece. Si concedéis fruto a mis entrañas lo consagraré a vuestro servicio ... Un silencio prolongado, sólo interrumpido por el continuo suspirar de la virtuosa matrona, siguió a tan sencilla oración ... Pasaron unos momentos y Hortu– lana creyó oír la voz dulcísima de Cristo que, desde la imagen, la decía estas palabras: «No llores más; tus súplicas han sido atendidas. Tendrás una hija cuya luz clarísima iluminará al mundo.» Terminada la ora– ción, Hortulana sintió renacer en su interior la calma. ¡ Los labios del Cristo bizantino no se habían abierto en balde l Pasados .algunos meses, Hortulana sintió en su ser florecer una nueva vida. Era el día 16 de julio de 1194. En el castillo de Sasso-Rosso se celebró la

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