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E~TRELUS EN. EL CIELO la plaza se encenqerá una gran hoguera. Si las llamas me consumen es señal de que mi doctrina y mi predi– cación es una pura ilusión; de lo contrario, quedará patente que todo cuanto hago, lo hago en nombre de Dios. Al toque de campana .se encendió la hoguera, y cuando las llamas eran más violentas, Rosa, haciendo la señal de la Santa Cruz, se arrojó en medio de la enor– me pira. Un grito de espanto se escapó del pecho de todos los circunstantes. La mujer infame creyó haber vencido; pero, a los pocos minutos, vió con horror que la joven se paseaba alegremente entre las llamas, como en otro tiempo lo hicieran los tres jóvenes en el horno de Babilonia. Ante tan señalado prodigio pidió de ro– dillas .perdón de sus crímenes y de su mala idea y co– menzó a decir en alta voz que Rosa era una santa. El milagro llegó a oídos del Papa Inocencio IV, y usan– do de su suprema potestad extendió un oficio en eí que daba potestad a la santa nif:ía de. predicar la pala– bra divina al pueblo. ¡ Caso único en la historia de la Iglesia. Corría el año 1258. Tenía Rosa a la sazón dieci– siete años. Con un crucifijo en las manos, símbolo de toda su . vida, tranquila porque había visto con sus propíos ojos a la Iglesia de Dios en paz, exhaló su último suspiro. Aún hoy el peregrino que visita la ciudad de Vi-

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