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11.8 ESTRELLAS EN EL CIELO soy pequeña l... Pero, ¿ acaso no fuiste Tú el que di– jiste a los Apóstoles: «Dejad que los niños se acer– quen a Mí, porque de ellos es el reino de los delos?» ¿ Acaso cuando viviste entre los hombres no estrechaste a los niños contra tu Corazón y .mandaste que no se les prohibiese llegar hasta Ti ? Pues ¿ por qué he de ser yo la única niña a quien se niegue esta gracia? »Mira, Jesús, que si dijiste a la cananea que no es– taba bien echar el pan de los hijos a los perros, también ella te contestó «que aunque era cierto eso, no lo era menos que los cachorrillos comían las migajas que caían de la mesa de su señor» ; y Tú, vencido con tan hun:ülde respuesta, le concediste la salud de su hija. Dame a mí, al menos, alguna de esas migajas que se caen de tu divina Mesa, si no quieres que me muera de amor. .. » En la torre del convento sonaron unas campanadas invitando a las religiosas a cantar las divinas alaban– zas. Imelda obedeció puntualmente a la señal de comu– nidad y, dejando a Jesús Sacramentado, junto al cual era tan feliz, subió al coro. Once años tenía y ya era modelo para todas las re– ligiosas, por su gran recogimiento y su extraordinario fervor. La .ilustre familia Lambertini nunca pudo pen– sar que el cielo la bendiciría tan largamente dándola aquella niña tan extraordinaria.
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