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BEATA IMELDA 117 «Cóm:o el ciervo sediento-repetía Imelda-busca las corrientes de las aguas, así busca mi alma tu sacra– mental presencia, ¡ oh Rey mío 1 >) Iban pasando los días, entre lágrimas y suspi– ros, y uno de ellós, que fué el de la Ascensión del Se– ñor á :íos cielos, las religiosas se acercaron, como de costumbre, a recibir en su corazón a Aquel que había «subido a las alturas llevando cautiva a la cautividad». Junto a ellas, más pegada que nunca, y derramando copiosas lágrimas, estaba también lnielda. Al terminar de distribuir la Sagrada Comunión a las religiosas, el capellán vió que Imelda le miraba con una mirada que partía el corazón ... Pero la ley eclesiástica estaba en pie y se volvió con el áureo copón al altar. ¡ Tampoco aquel día, en que Cristo «había distribuído preciosos dones a los hombres)), I melda tuvo la dicha de recibir a su Amado l... Con el rostro entre las manos quedó sumida en el más dulce éxtasis al pie del comulgatorio. En el coro comenzaron los rezos de acción de gra– cias por el regalo de la Sagrada Comunión; poco des– pués, un ruido de rosarios, y luego un silencio abso– luto reinó en el templo. Estaban solos Jesús y su pe– queña enamorada. Fué entonces cuando, sintiéndost> sola y no pudiendo contenerse, comenzó a decir al Se– ñor de este modo : -¿ Cómo permites, ¡ oh, J esüs mío l, que esta tu pequeña esclava se consuma en estos deseos ineficaces de recibirte sacramentalmente? ¿ Por qué yo sola he de ser rechazada de este sagrado Banquete? ¡ Me dicen que

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