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I MELDA era aún tan pequeña, que el capellán de las religiosas en donde la angelical niña estaba co– mo educanda huía de encontrarse con ella, por no tener que darle, una vez más, la consabida negativa : «No puedes comulgar.» Un día, sin embargo, no pudo evitar el encuentro. En uno de los claustros que daban a la capilla, Imelda le esperó llorando. -¿ Qué te pasa, pequeña ?-preguntó el bondadoso sacerdote.·· -Ya lo sabéis, padre mío-contestó Imelda-. De– seo comulgar ..'. --Pero, hija; ¿ cómo quieres que yo vaya en con– tra de la costumbre de la Santa Iglesia? Eres muy pe-• queña aún. Cuando seas mayor ... El capellán miró a la niña compasivo y siguió por el claustro adelante, pensando en su interior: ((¡ Qué pena que sea tan pequeña l ... ))

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