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SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA inteligente, se levantó y, con aire despectivo, preguntó a Catalina: -¿ Quién eres tt'i para atreverte de ese modo a in-• sultar a los dioses y a faltar al respeto debido al Em– perador? ~ Yo no he insultado a los dioses, pues lílada son : ni he faltado al Emperador, sino que deseo que la disputa tenga el mayor valor científico posible. El filósofo no contestó a Catalina, y, pedida antes la venia del Emperador, comenzó su discurso. --Que los dioses sean inmortales--dijo--nadie que sea medianamente culto puede negarlo. En .primer lu– gar por su origen : Han nacido en el cielo y en el cielo habitan. Lo prueban en segundo lugar los testimo– nios de todos los sabios, tanto romano's como griegos. Aristóteles, Homero, Platón, Cicerón, Virgílio, Hora– do; todos estos sabios y poetas ~os hablan en sus . obras de la multiplicidad de los dioses. Los dioses, pues, son muchos y es por tanto falsa la idea que SO'>• tienen los cristianos de que Dios es uno y que se hizo hombre. · Terminado el discurso, el Emperador llamó al di– sertante y le felicitó por su valiente argumentación. Lo mismo hicieron los filósofos. Entre tanto, Catalina permanecía sentada, con el rostro sereno, esperando la orden del Ernperndor para comenzar a hablar. La orden no se hizo esperar. Catalina se levantó y, en medio de la expectación de amigos y enemigos, co– rnenzó de este modo su discurso: -Señor, a tres voy a reducir los argumentos de

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