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amor divino. Sus ojos, casi apagados ck tanto llorar, apenas podían resistir la luz ele aquel día espléndido de primavera. Des– pués de una larga plática a las monjas, Francisco se retiró a descansar a la rústica cabaña que con tanto cariño le habían pre– parado las religiosas. Pero la noche fué una terrible prueba. Una infinidad de ratones invadió súbitamente la cabaña y el siervo de Dios no pudo ni rezar, ni dormir. A esto se añadió una prueba íntima del alma: temió por su salvación. Oró, suplicó, pidió ... , y al poco tiempo la paz renació en su espíritu. Cuando amaneció el día, llamó a Clara y a sus compañeros Fray Rufino y Fray León y les participó la gracia que acababa de re– cibir. Todo su rostro brillaba, los labios le temblaban de emoción, e, impresionado por la luz del sol que iluminaba el ambiente y por el perfume de las flores que embalsa– maban el jardín, y por el sonido suave y cantarín del agua que corría por una de las acequias, entonó el himno del hermano Sol. Clara y los frailes cayeron de rodillas mien• tras Francisco siguió cantando su hermoso himno de las Criaturas: 36

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