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- ¿Te falta algo para ser feliz? De nuevo, la esposa calló. - Y a sé lo que echas de menos para que nuestra dicha sea completa-dijo tristemen– te Favorino-: ¡Un hijo! ¿Pero quién po· drá ir en contra de la voluntad de Dios? La fuente de la vida sólo mana cuando Dios pone en ella su poder. Esposa mía, procu– ra olvidar esa desgracia que mutuamente nos aflige y piensa en suplir con otras alegrías las ·que no te proporciona la maternidad. El diálogo terminó tristemente. Ambos es– posos se miraron una vez más con pena y se separaron. Por los corredor¡es del castillo Favorino desapareció llevando en el alma el torcedor de la desgracia de su esposa. Los días, los meses y los años fueron pa– sando. Brotaron las flores de muchas pri– maveras y cayeron las hojas de muchos oto- · ños; las nieves de muchos inviernos blan– quearon los campos y el calor de muchos estíos sazonó los frutos y doró las espigas, pero en el castillo de los Sciffi no aparecii, la ansiada fecundidad. 16
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