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les como el mar. En el altar mayor, pobre– mente adornado, estaba la imagen de la San– tísima Virgen, rodeada de ~geles. Sobre las gradas del altar, no tardó en aparecer Francisco, revestido, el rostro trasfigurado A una señal de Francisco todos se postraron de rodillas. Clara lo hizo también y <lió co– mienzo el solemne acto. - ¿ Qué quieres del Señor ?.-preguntó Francisco. -Quiero ser su esposa-respondió Clara con entereza. -Si quieres ser esposa del Crucificado tienes que ser, como El, pobre.. . -Todo lo dejaré por ·poseer a quien tan– to me ama. -Pues para que los hechos correspondan a tus palabras, despójate de tus alhajas. Clara se desprendió de todas las que lle – vaba y se las entregó a una de sus don– cellas. -La esposa de Cristo debe renunciar tam– bién a su cabellera, uno de los principales adornos de toda mujer. -Todo lo doy por obtener el amor de mi dulce Esposo Jesucristo.
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