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estaba , en todo su esplendor. Todos los oh• jetos brillaban extrañamente como si estu– viesen rodeados de una luz sobrenatural. Clara iba vestida de sus mejores galas, las galas que su tío Monaldo había mandado hacer para que su sobrina se uniese en ma– trimonio con uno de los jóvenes más dis– tinguidos de Asís. En el silencio de la noche se oyó un rumor lejano de rezo~ y cantos litúrgicos. ¡ Francisco y sus compañeros no se habían dormido! Siguieron caminando ambos grupos y no tardaron en encontrarse. Francisco presidía una procesión, en la que no se habían olvidado las antorchas, a pesar de la claridad de la luna. Las voces graves de los frailes y las argentinas de Clara y sus doncellas se · unieron en mutua alabanza al Altísimo, y de este modo, rezando y can– tando loores al Señor, ,llegaron a la peque– ña iglesia de Santa María de .los Angeles, lugar elegido por Francisco para realizar la solemne ceremonia. Entr·e dos filas de frailes pasó Clara, con los ojos suavemente inclinados. Tenía Clara diecieocho años, como dieciocho rosas; la cabellera rubia como ·el oro, y los ojos, azu- 11
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