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to era que, dentro de breves momentos, lle– garía Francisco acompañado de sus frailes a la pequeña iglesia de Santa María de los An • geles. Era aún de noche... La aurora tardaba en nacer aquel día, como queriendo dar tiem– po a la escena que, forzosamente, tenía que realizarse en la oscuridad. Clara salió del castillo de sus padres acompañada de sus doncellas más íntimas. ·-¿Sabéis dónde vamos? -¿Cómo vamos a saberlo, señora?-dijo una de las doncellas-. Ni suponerlo pode– mos, pero estamos seguras que con vos no iremos a lugar que no sea bueno. Clara se detuvo un moment'O, miró a to– das sus fieles servidoras, y, bajando la voz lo más que pudo, las dijo confidencialmente: - He decidido consagrarme a Dios y ser– virle encerrada en un convento. Aceleremos el paso, pues tengo verdaderos deseos de lle– gar a Santa María de los Angeles. Por el sendero se oía el breve caminar de aquellas jóvenes capitaneadas por Clara, una de las -bellezas de Asís. La noche era magnífica y suave. La clara luna de marzo 10

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