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88 S!LVERlO DEZOR.1TA :miraron con extrañeza. Un grupo de niños desharrapa– dos y sudos les siguieron largo rato, como suele acontecer <m semejantes circunstancias, pero cuando vieron que sa– lían del poblado, les dejaron y volvieron a sus casas. El viaje lo hicieron a lo largo del Jordán, y apenas '}?e– netraron en el país gentil, Pedro no pudo disimular un ges– to de disgusto. Acostumbrado a la .familiaridad de sus com– patriotas, le extrañó aquella .gente tan distinta en religión y en costumbres, y sobre todo, echó de menos el lago de Tiheríades, con su brisa :fresca y confortadora. En aquella soledad, desconocido completamente de to– dos, y libre de sus más encarnizados enemigos, Jestís se dedicó a :formar a sus discípulos. Un día les hizo esta pregunta:' -¿Quién dicen las gentes que soy Yo? Andrés, después de unos momentos de :vacilación, con 4 testó: ,-.Maestro, unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías y otros, en fin, que alguno de los p:rofetas antiguos que ha resucitado. Jesús, no contento con la re~puesta de Andrés, mfrólP~· a todos fijamente y preguntó de nuevo: -Y :vosotros, ¿quién decís que soy Yo? La pregunta de Jesús quedó :flotando en el aire, hasta: que Pedro,· con la impetuosidad de siempre, contesto : -Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Jesús, dando un tono solemne a sus palabras, dijo así al fervoroso apóstol : -;Bienaventurado .eres tú, Simón, hijo de Jonás, por– que no ha sido la carne, ni la sangre, la que te ha revelado esas palabras que acabas de pronunciar, sino mi Padre que– está en los cielos. Y Yo te digo a ti. que tú eres Pedro (Ke-
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