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SJLVERlO DE ZORITA por y ni siquiera pudieron comprender las palabras del Maestro. Lo único que acertaron a decir, más con el pen– samiento que con los labios, fueron estas palabras de asombro. -e¿ Quién es éste, que hasta el mar y los vientos le obe– decen? Sabían por experiencia que una tempestad, por peque– ña que sea, no se calma inmediatamente, y que, aun des– pués del período tormentoso, quedaba el agua en conmo- ;()ión largo rato. Aquí había sucedido algo extraordinario, pues no sólo se había calmado el aire, sino que la super– ficie del lago había quedado en calma inmediatamente. Este detalle, pa1·a ellos, pescado1·es de oficio, tuvo un va– lor de auténtico milagro. *** Al amanecer llegaron a la orilla opuesta. En el rostro -ele todos se notaban las señales de una noche trágica; sólo el de Jesús aparecía sereno, y su mirada inadiaha deste– llos de sublime quietud. Llegados a tierra, Pedro saltó el primero y, postrán– close a los l)ies del Maestro, le dió gracias con palahras lle– nas de humildad. Estaban en la región de los Gerasenos, y a los pocos ,días se presentó ante ellos un hombre de extraña catadu- 3•a. Pedro temió, una vez más, por la vida deJ Maestro. El hombre, que era un endemoniado, corrió hacia Je– .sús y, postrándose ante él, comenzó a gritar con toda la íuerza de sus pulmones : --"¿Qué hay entre tú y yo, Jesús, hifo de Dios altísimo? El poseso presentaba un aspecto desolador. Tenía el ,1,echo hundido y bárbaramente mutilado. Una de sus mas
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